El baile tras la tormenta by José Miguel Cejas

El baile tras la tormenta by José Miguel Cejas

autor:José Miguel Cejas
La lengua: spa
Format: epub
editor: Ediciones Rialp, S. A.
publicado: 2014-07-17T00:00:00+00:00


Mu isamaa on minu arm,

kel südant annud ma.

Sull’ laulan ma, mu ülem õnn,

mu õitsev Eestimaa! [23]

Algunos se atrevieron a sacar las antiguas banderas en blanco, azul y negro, que habían guardado en secreto durante casi medio siglo. Hubo ocasiones en las que llegamos a ser trescientas mil personas, lo que en aquellos momentos suponía más de un quinto de la población total.

Durante esa época me bauticé en la Iglesia luterana, aunque eso no supuso el cambio interior que cabría suponer. Me movieron, sobre todo, razones de carácter social. Muchos de mis amigos y conocidos me pedían que fuera madrina de bautismo de sus hijos, y yo les contestaba que no podía, porque no pertenecía a ninguna Iglesia. Solucioné el problema bautizándome; pero en mi ignorancia lo hice como el que se apunta a un club deportivo para disfrutar de sus instalaciones.

Mientras tanto seguía en marcha lo que luego se llamó 'la Revolución cantada'. El momento cumbre fue la Cadena Báltica. A las siete de la tarde del 23 de agosto de 1989, cuando se cumplía medio siglo del Pacto Ribbentrop-Mólotov, con el que Hitler y Stalin se repartieron Europa, millones de estonios, letones y lituanos unimos nuestras manos durante un cuarto de hora, formando una inmensa cadena humana de 600 kilómetros que comenzaba en Vilnius y, pasando por Riga, terminaba en Tallin. Además de pedir la retirada de las fuerzas de ocupación soviéticas, con esa cadena pretendíamos llamar la atención de la opinión pública internacional.

Tres meses y medio después, el 9 de diciembre de 1989, cayó el muro de Berlín; y, como las piezas de un dominó, los diversos pueblos sometidos al poder soviético fueron recobrando, uno tras otro, su libertad. Fue un milagro. A Estonia le tocó el turno el 20 de agosto de 1991. Aquel día se restauró la independencia sin que se derramara una gota de sangre.

Un año más tarde, en 1992, me presenté a las elecciones para Presidente del país. Por fin, el 5 de octubre, fue elegido Lennart Meri, que estaba al frente de una coalición. Dos días después entró en vigencia la nueva Constitución; y desde el 21 de octubre de 1992 hasta el 27 de noviembre de 1993 formé parte del gabinete del Gobierno de Meri como Ministra del Interior de la recién nacida República de Estonia. Fui la primera mujer ministro en la historia de mi país.

Se había cumplido uno de mis grandes sueños: Estonia volvía a ser libre. Pero, como no teníamos experiencia democrática —casi ninguno de nosotros había conocido una Estonia independiente—, los miembros de aquel gabinete tuvimos que poner los cimientos de un nuevo Estado surgido prácticamente de la nada. Fue apasionante. Comencé a viajar y a recibir visitas de personas que procedían de lo que llamábamos, hasta muy poco antes, el mundo libre. Como Ministra del Interior me ocupaba de cuestiones diversas: desde la lucha contra los traficantes ilegales de armas hasta la reestructuración de la Policía y los servicios de seguridad.

En una ocasión recibí en mi despacho a varias monjas católicas.



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